viernes, 15 de febrero de 2013

EL LAGARTO DE LA MAGDALENA


Leyenda nº 4

 EL LAGARTO DE LA MAGDALENA

En Jaén, en el antiguo barrio de la Magdalena, frente a la iglesia, existe un manantial que antiguamente daba un chorro de agua del mismo grosor que el cuerpo de un buey. Este manantial era tan famoso que mucha gente acudía para verlo, incluso de lugares lejanos. Es tradición que en el manantial de la Magdalena tenía su guarida un reptil gigantesco, el lagarto de la Magdalena.
El lagarto de la Magdalena era tan voraz que no sólo devoraba a todo incauto que se acercara a la fuente, sino que salía a los caminos y destrozaba los rebaños.
Un día en que los habitantes de Jaén estaban desesperados y no sabían qué hacer para escapar del monstruo, un condenado a muerte que esperaba el cumplimiento de la sentencia se ofreció a enfrentarse con el lagarto si, a cambio, le perdonaban la vida.
 
 
 
 
 
 
 
 

Las autoridades accedieron y el preso solicitó un caballo, un cordero y un haz de yesca. Pertrechado con estos elementos, el condenado se acercó al manantial y cuando el lagarto se lanzó contra él, picó espuelas y se alejó a galope perseguido por el saurio. En la huida le arrojó lo que parecía un cordero ensangrentado, que el monstruo tragó de un solo bocado. En realidad era la piel del cordero rellena de yesca encendida.
 
 
 
 

La combustión de la yesca abrasó las entrañas del animal, que estalló con un estampido formidable. De aquí procede la maldición: «Así revientes como el lagarto de Jaén», o «como el lagarto de la Malena».
 
 
 
 

Hasta hace poco tiempo, la piel del lagarto se exhibía desplegada en un muro de la iglesia de San Ildefonso, de Jaén. La leyenda del lagarto gigante se recoge también, con algunas variaciones, en Córdoba, en Sevilla, en Navas del Marqués, en Valencia y en otros lugares de España para explicar por qué en ciertas iglesias y catedrales se exponen pieles de lagartos gigantescos rellenas de paja. En realidad pertenecen a caimanes americanos que los conquistadores enviaban a sus pueblos de origen como curiosidad. 
 
Algunas acabaron colgadas en las iglesias para representar simbólicamente el silencio con el que se debe conducir el creyente en el templo. Se supone que el cocodrilo es el único animal que no está dotado de sonido característico alguno. Esto no es cierto, pero antiguamente así lo creían.